Opinión

Respondiendo al paso del tiempo

Prefiero el lanzamiento de los objetos inanimados que pueden encontrarse en un paseo por el campo, o cualquier camino no transitado, a esos ejercicios en donde las reglas las ponen los demás, como el golf, que antaño practicaban las clases acomodadas y ahora los que tratan de imitarlos en cuanto tienen un rato de asueto en la disputa por apresar tanto como sea posible para comprarse un Mercedes. 

Debería empezar a practicar la petanca, me dicen, también a observar con profusión y ojo clínico el alzamiento de edificios. Ambas actividades me atraen, no lo niego, pero prefiero otras, todavía al alcance de mi generación de pre-ancianos. 

No he perdido la fascinación por la contemplación de la naturaleza, ni de lo que hacen nuestros iguales, lo que dicen o en lo que se configuran, por mucho que sus voces se tiñan de absurdo, suenen a viejos prejuicios o se repitan más que las lentejas. 

La visión de determinados jueguecitos me aburre, ya se trate de cualquier objeto esférico tratando de embocarse en un agujero o rectángulo, o se organice un tumulto al rivalizar por la captación de ese mismo objeto u otro parecido, por mucho que la destreza juegue un papel de primer orden.

Me gustan los ritmos sin sobresaltos y trato de cobijarme de la música comida (bacalao, rape, merengue…) que se eleva como un gas con la misión de horadar los sentidos, ya en decadencia.

Amo el silencio, y me esfuerzo por observar las normas de convivencia, y nada me parece más útil que convenirse con los demás, portarse bien entre la masa, no llamar la atención, no lanzar basura fuera de sus espacios –si las bolitas son encestadas o se dirigen al lugar convenido, ¿no será también importante dejar el resto de los enseres en su sitio?– o tirar petardos para asustar a los viejos (entre los que me encuentro) o a las mascotas.   

Paseo por esta ciudad que se despereza de sus fiestas, un alma más, como esos cientos de cabezas inactivas para la especulación. Transeúntes de pesados pies. Propósitos por descubrir, viscerales, antojos, nuevos, los de siempre.

No sé en qué lugar del cerebro hemos dejado espacio a los claroscuros, los matices, la reflexión, la duda o los planteamientos más imaginativos o viscerales.

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