Vivimos tiempos putinescos, no vivimos momentos gorbachovianos -aunque lo parezca con tantos elogios post mortem- por eso Putin ha podido negar a Gorbachov un funeral de estado. Pero también vivimos tiempos de avances impensables de los pueblos y países del mundo en la conquista de su independencia nacional y su soberanía económica frente al hegemonismo y otras potencias imperialistas, por mucho que esto nos lo oculten. Y vivimos tiempos turbulentos en los que la única superpotencia realmente existente se encamina a su ocaso y han aparecido potencias emergentes.
Aclarando el panorama
Nuestras posiciones son claras. Participamos en 1980 en la manifestación comunista ante la embajada de la URSS en Madrid para protestar por la invasión de Afganistán por sus tropas -convocada por Unificación Comunista de España (UCE)- con eslóganes “Fuera tanques de Afganistán” y “Ni yanquis ni rusos: independencia nacional”, para exigir a los partidos de izquierda españoles que se pronunciaran sobre el ataque soviético. En aquellos tiempos y ahora, ahí seguimos, contra la superpotencia estadounidense en su ocaso y contra las sombras putinescas.
La URSS implosionó y se deshizo
La URSS implosionó y se deshizo -aunque hay elementos venenosos que la añoran: “que vuelva la URSS…aunque sea por provocar”-, porque la lucha de los pueblos de mundo -y en especial la de los pueblos dominados por el socialimperialismo soviético- causó su derrota con la paradigmática caída del Muro de Berlín -hecho que celebramos entonces y cada aniversario- porque una superpotencia -que durante décadas había tratado de conseguir el dominio mundial- se venía abajo y sus muros se convertían en ruinas. Una superpotencia que levantaba la bandera roja para dominar pueblos e invadir países.
Gorbachov y un núcleo dirigente del PCUS -una parte de la nomenklatura o clase dominante soviética- eran ya conscientes de que la URSS había sido derrotada en Afganistán y otras partes del planeta; de que la economía soviética se hallaba en una crisis estructural que la conducía al hundimiento; y de que hacían falta medidas rápidas y contundentes, que a su vez exigían decisiones políticas. Era necesario abrir la dictadura socialfascista -en la que la URSS se había convertido- para llevar adelante las reformas económicas.
El 8 de diciembre de 1991 se declaraba disuelta la URSS. Dejaba de ser una superpotencia con la voluntad y la capacidad de disputar la hegemonía mundial. Pero -tiempo al tiempo- no dejaba de ser una potencia imperialista.
Yeltsin, una década decadente
Los 10 años que siguen a la desaparición de la URSS, la década de la Rusia de Yeltsin, se caracterizan por una intensa lucha entre unos y otros sectores de la nueva clase dominante en el interior del país, y de retrocesos clave en su influencia en el extranjero.
En el interior, se privatizaron jurídicamente los monopolios estatales que dominaban la vida económica, lo que llevó a una larga y aguda lucha entre los antiguos jerarcas del PCUS que los controlaban, los nuevos oligarcas surgidos de otros sectores de la nomenklatura y las grandes multinacionales extranjeras que buscaban adueñarse de riquezas de la economía soviética. Un periodo muy caótico que promovió aún más la corrupción y la emergencia de mafias de todo tipo.
El intento -de la parte de la clase dominante nucleada en torno a Yeltsin- de reconvertir el antiguo capitalismo monopolista burocrático de Estado en un tipo de capitalismo monopolista similar al de Estados Unidos y Europa llevará al hundimiento más absoluto de la economía rusa y a un empobrecimiento extremo de la mayoría de la población.
En el exterior, Rusia pierde casi toda su esfera de dominio en Europa Oriental, cuyos países -uno tras otro- pasan en su mayoría a alinearse abierta e incondicionalmente con EEUU, bien solicitando su entrada en la OTAN (como Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Lituania, Estonia, Letonia, Rumania, Bulgaria…), bien llegando a acuerdos directamente con Washington (como Georgia, Azerbaiyán, Kirguistán, Uzbekistán…).
Putin y su nuevo orden interno
Y en el año 2000 tras las elecciones presidenciales llegó Putin -y el sector oligárquico aglutinado en torno a su alternativa política- al poder. Ahí sigue Putin, 22 años después, dirigiendo los destinos de Rusia e interviniendo en otros países que domina o trata de dominar. La nueva línea dominante en el Kremlin centraliza y somete a los nuevos oligarcas enriquecidos con las privatizaciones -porque, de lo contrario, su destino será la cárcel, el exilio o la muerte.
Recientemente, tras la invasión rusa de Ucrania, han fallecido nueve oligarcas. Cuatro de ellos eran o habían sido altos cargos de la empresa de gas Gazprom, mientras que otros tres estaban en el sector de hidrocarburos. En el momento de redactar el artículo, el vicepresidente de Lukoil -la segunda mayor petrolera rusa- Ravil Magánov ha muerto al caer por la ventana del hospital donde estaba siendo atendido.
Rusia como potencia imperialista
Rusia impuso su dominio sobre el régimen sirio de Assad mediante su intervención militar que demostró sus métodos sangrientos en la destrucción y ocupación posterior de la ciudad de Alepo.
Rusia había apostado por el triunfo del Brexit en el Reino Unido -coincidiendo con los intereses de Estados Unidos- porque el debilitamiento de la Unión Europea es un objetivo estratégico común. Si la UE se rompiera el peso de Rusia -y en su caso de EEUU- en acuerdos bilaterales con las distintas naciones europeas adquiriría mucha fuerza.
En marzo de 2014 Rusia se anexa la península de Crimea. Ya entonces se anunciaba Ucrania con el objetivo de devolverla al dominio ruso para volver a dominar la parte occidental de la extinta Unión Soviética. Putin afirmó recientemente -en el 25 Foro Económico Internacional de San Petersburgo (SPIEF)- que el orden mundial unipolar ha terminado porque se han formado “nuevo centros poderosos”, y que “solo los Estados verdaderamente soberanos pueden garantizar una dinámica de alto crecimiento”. ¿Quiere decir eso que sólo serán ciertas potencias y no el resto de los pueblos y países del mundo? De momento estamos ante la invasión de Ucrania y el chantaje energético a Europa.