Opinión

Lorca nos puebla

Lorca, su poesía, enigma sin fin
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“Quiero dormir un rato/ un rato, un minuto, un siglo;/ pero que todos sepan que no he muerto/ que hay un establo de oro en mis labios/” F. G. Lorca.


Hoy ya es mañana. No celebro los 87 años de su asesinato. Celebro los 125 años de su nacimiento. Podemos estar muriendo 87 años junto a su inhallable cuerpo o podemos estar viviendo junto a sus 125 años cultivados con riquezas a miles. Murió porque nació y vivió como vivió.

Somos quienes nos pueblan, desde que nacemos hasta que morimos. A Lorca le pobló la viejísima y compleja sustancia de España. Y Lorca nos pobló con su inmensa sabiduría de conciencia emocional. Por eso, cuando Federico te puebla, no hace ni frío ni calor, hace Federico. Por eso, porque está vivo, Lorca nos sigue poblando.

Te pueden poblar cosas, propiedades, dinero; te pueden poblar palabras, miradas, sonrisas, abrazos, caricias, besos; te pueden poblar años, experiencia, sabiduría, inocencia, placer; te puede poblar conciencia liberadora, independiente, revolucionaria.

Poblado por una Mar indefinida y discontinua/ en la duermevela entre ayer y mañana/ una flecha ciega me atraviesa/ y de la oquedad fluyen, arrítmicamente/ algunas palabras que no son mías. E. Madroñal P.

Lorca vivo, que no muerto

Por eso cantamos a la vida, cantamos a un Lorca vivo, que no muerto. Porque en Federico resuenan muchas vidas y, cuando nos puebla, emanan todas esas vidas; porque en Federico pululan muchas risas y, cuando nos puebla, retumban todas esas risas; porque en su sangre habitan muchas sangres y, cuando nos puebla, fluyen todas esas sangres.

Debemos -yo quiero- seguir celebrando el nacimiento de Federico García Lorca en Fuentevaqueros el 5 de junio de 1898 -año en el que España perdió sus colonias a manos del naciente imperio estadounidense- cuando surgió la anomalía histórica lorquiana. Debemos -yo quiero- celebrar su vida -que sigue viva- y no quiero celebrar su asesinato -¡ay, negra muerte!- en la madrugada sin luna del 18 de agosto de 1936.

“Pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa”. Y Lorca añade en su Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros: “Porque es necesario que sepáis todos que los hombres no trabajamos para nosotros sino para los que vienen detrás, y que éste es el sentido moral de todas las revoluciones, y en último caso, el verdadero sentido de la vida”.

Lorca sigue rehuyendo su tumba

Porque su duende peregrino alimenta el espíritu de todos los que reviven los quehaceres lorquianos tan tempranamente cercenados, sangrientamente, por manos heladas de hombres fríos; y cultivar su inmensa obra, cultivar su profunda riqueza, su viva y rítmica conciencia, porque “¿dónde está mi sepultura? / En mi cola, dijo el sol/ En mi garganta, dijo la luna/ Por las ramas del laurel/ vi dos palomas desnudas/ La una era la otra/ y las dos eran ninguna”.

Su poesía, enigma sin fin

Su poesía nos lleva por el camino del enigma sin fin. Y ya nos avisó que “la luz de la poesía es la contradicción (...) La poesía no quiere adeptos, sino amantes”. Por eso “pone ramas de zarzamora y erizos de vidrio para que se hieran por su amor las manos que la buscan”. Y ahí está el duende que “es un poder y no un obrar, es un luchar y no un pensar. (…) Es decir, no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto”.

Por ello “al duende hay que despertarlo en las últimas habitaciones de la sangre”. Porque “la verdadera lucha es con el duende”. Y Lorca nos avisa que “para buscar al duende no hay mapa ni ejercicio. Solo se sabe que quema la sangre como un tópico de vidrios, que agota, que rechaza toda la dulce geometría aprendida, que rompe los estilos”.

Porque “el duende no se repite, como no se repiten las formas del mar en la borrasca”. Porque es “un aire con olor de saliva de niño, de hierba machacada y velo de medusa que anuncia el constante bautizo de las cosas recién creadas”.

Lorca puebla España

Federico puebla nuestras tierras con esa relación íntima de la vida y la muerte. “España está en todo tiempo movida por el duende, como país de música y danza milenaria, donde el duende exprime limones de madrugada, y como país de muerte, como país abierto a la muerte.

En todos los países la muerte es un fin. Llega y se corren las cortinas”. La anomalía española también existe en la indivisa relación entre el amor y la muerte. “En España, no. En España se levantan. (…) Un muerto en España está más vivo como muerto que en ningún sitio del mundo: hiere su perfil como el filo de una navaja barbera. El chiste sobre la muerte y su contemplación silenciosa son familiares a los españoles”.

España, una tierra unida por un complejo hilo antiquísimo: “Podríamos hacer un mapa melódico de España y notaríamos en él una fusión entre las regiones, un cambio de sangres y de jugos que veríamos alternar en la sístoles y diástoles de las estaciones del año. Veríamos claro el esqueleto de aire irrompible que une las regiones de la Península, esqueleto en vilo sobre la lluvia, con sensibilidad descubierta de molusco, para recogerse en un centro a la menor invasión de otro mundo, y volver a manar, fuera de peligro, la viejísima y compleja sustancia de España”.

No sólo de pan vive el hombre

Lorca -esencialmente revolucionario- denuncia que “de la esfinge a la caja de caudales hay un hilo de oro que atraviesa el corazón de los niños pobres”. Y en su prosa poética apuesta que “no sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro”. Y lanza su posición revolucionaria “bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”.

Por ti, amaré las diminutas esquirlas dolorosas. Te santifico y te bendigo, en un instante, ay, como amante. Aunque ya no quiero amarte, sólo quiero poblarte. E. Madroñal P.

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