Opinión

Fhilomena

¡Madre mía!¡Madre mía! ¡La que ha liado Filomena! (risa). Cuando hablamos de la última borrasca que ha pasado por la Península, parece que nos referimos a una celebrity o una persona que ha puesto patas arriba nuestra vida, más bien un canto helado.

Estos últimos días ha sido una montaña rusa. Entre la gran cantidad de nieve que cayó y se congeló y la mala gestión administrativa han puesto el panorama más caótico de lo que ya estaba. Es totalmente cierto que no se puede parar desde un principio un fenómeno natural desde que se desata, pero también es cierto que la información meteorológica ya se publicó y se difundió los últimos días del pasado mes de diciembre y se podría haber hecho preparativos con máquinas operarias en los aeropuertos, las carreteras y las calles en cada municipio para quitar los “escombros de hielo”.

Sin embargo, todo ha acabado en desastre: personas atrapadas en carreteras en medio de la nada, los y las ciudadanas con palas para apartar el hielo y echando sal. Todos y todas nos hemos tenido que buscar la vida sin contar con los políticos, quienes se creen muy importantes cuando son un simple decoro pensando que la nieve se iba a derretir en seguida. Han cogido el nombre de Filomena como concepto paraguas que funciona como excusa, simultáneamente como la pandemia de la COVID-19 que ha cogido cada vez más fuerza por los malos hábitos que nos se han querido corregir. Y la misma historia se vuelve a repetir, sobre todo, en los supermercados.

La verdad que todo me frustra y me da asco la realidad que voy viendo cada día. Por este episodio de Filomena me ha retrasado mis planes semanales: empezar nuevo trabajo, el inicio de un curso... Pero no niego que disfruté de la nieve, pero menos de lo que quise para no contagiarme.

Lo único que pude hacer fue leer un libro, pero últimamente no he estado muy inspirado con mi creatividad y ya con el plan preparado: manta en el sofá, el termo lleno de té rojo, las gafas de ver y el cuaderno y el bolígrafo para apuntar el vocabulario que desconozco. No podía desperdiciar esta actividad. Para inspirarme, me coloqué el bolí en la comisura del labio superior al poner morritos, pero nada, ni al escribir sobre el vaho del cristal de una ventana. La única curiosidad que se me ocurrió fue: ¿por qué el nombre de Filomena al temporal? Entonces abrí el portátil y me puse manos a la obra.

El Grupo Suroeste Europeo le puso el nombre Filomena a la sexta borrasca que ha pasado por la Península y, en consecuencia, el nombre debía empezar por la sexta letra del abecedario. ¿Y por qué no otro nombre como Fanny o Francisca? Sin embargo, no encontré respuesta a esta pregunta. Continué mi investigación y curioseando descubrí que el origen etimológico de Filomena, que viene del griego, significa “la que ama la música” o “la que ama la luna”.

También, existe Filomela y, que al igual que Filomena, son comunes en el lenguaje formal de los poetas. Está relacionado con un mito, popularmente versionado por Ovidio, que da simbología al ruiseñor, animal que los dioses convierten a una muchacha, ayudada por su madre, para dar de comida el hijo de ésta a su cuñado, quién la violó y la cortó la lengua para que no le delatara.

Leyendo cada detalle del mito la excitación me llegó como un orgasmo mental. Estaba más que satisfecho ya que me acordé de un libro que me vino a las mil maravillas con todo lo ocurrido. Después de todo, la idea estaba delante de mí. El libro fue escrito por el autor británico Martin Sixsmith y casualmente se titula: Philomena.

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