Si te digo que sólo un 2% de los jóvenes son capaces de identificar una fake news, ¿te lo crees?
Por muy inverosímil que resulte, es cierto.
Según el Estudio Internacional sobre Alfabetización Computacional e Informacional de la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo sólo el 2% de los jóvenes que se sometieron a una entrevista fue capaz de detectar la información falsa, aunque el 89% de ellos creía poseer las aptitudes necesarias para hacerlo.
Matemáticas, Lengua, Física… seguro alguna de estas asignaturas te trajo de cabeza durante tu etapa escolar, pero, ¿mejoraron tu capacidad crítica? ¿Entendiste por qué 2 por 3 son 6? ¿O diste por hecho que por enseñártelo así sería una verdad indiscutible?
Entre la mayoría de los niños y adolescentes existe una creencia inconsciente de que todo aquello que enseña un docente es indiscutible, y podría resultar interesante compararlo con la experiencia del ciudadano que se alimenta y queda servido con lo que lee o escucha en los medios de comunicación.
No es una novedad que muchas personas creen que leyendo un periódico o viendo las noticias están bien informados e incluso llegan a pensar que se encuentran en posesión de la verdad. Sin embargo, aun viendo cualquier debate del propio Congreso de los Diputados no somos receptores de información verídica.
La sociedad es una maquinaria que funciona a base de fuerza centrípeta que con el tiempo se está convirtiendo en centrífuga. A los ciudadanos se nos presentan dos posibilidades: dejarnos llevar por la fuerza centrífuga, que no es más que una mera inercia, algo ficticio; o desarrollar un pensamiento crítico que nos permita participar de la centrípeta, de aquella fuerza que evita que un cuerpo salga volando.
La falta de pensamiento crítico y la desinformación son dos realidades ligadas e interdependientes. Sin información que cimiente nuestro pensamiento crítico somos meras marionetas que se dejan llevar por la fuerza centrífuga, y que cuando nos llegue un momento de inestabilidad no sabremos dar una respuesta sin perder el equilibrio.
Desde hace unas décadas se ha instaurado en nuestra sociedad un pensamiento conformista, ideológicamente hablando. Por primera vez en la historia de nuestro país estamos ante la generación del “me da igual, qué más da”. El 65% de los jóvenes españoles vive en casa de sus padres y al mismo tiempo es una generación a la que se le acaba la batería del teléfono y casi muere. Vivimos en una sociedad precaria que se convertirá en carie.
¿Sabes lo que te gusta de verdad? No hablo de tu influencer favorita o tu artista preferido, hablo de cómo te ves en unos años, de tu proyecto de vida. ¿Con que valores o ideas te sientes representado? ¿Lo sabes?
Hemos primado lo malo conocido a lo bueno por conocer, lo tranquilo y lo de siempre a lo innovador y lo difícil, a lo que cambie nuestros patrones. Te dirás: - yo estoy conforme con lo que pienso y la vida que llevo, ¿qué necesidad tengo de informarme y contradecir mis ideas?
Como estudiante de Derecho, uno de los primeros principios que se nos enseña en la rama penal es el principio de contradicción. Un proceso no se llevará a cabo si no existen dos partes con intereses opuestos, dos partes enfrentadas. Sin conflicto, no hay proceso. Lo mismo sucede con nuestra mente, necesitamos conocer ideas contrarias a las que ya tenemos instauradas en nuestra mente, ya sea para reafirmar nuestro pensamiento o transformarlo. La racionalidad nos está pidiendo a gritos que nos enfrentemos a nosotros mismos. Para que una persona se conozca debe enfrentarse a sí misma, sin conflicto, no hay reafirmación de la propia persona.
He aquí el detonante de la desinformación, la evasión de conflicto interno. El único inconveniente para nuestra comodidad es que la conquista social se sirve de mentes ratificadas, con un pensamiento crítico y con ideas claras y fundamentadas. Somos la generación criada entre algodones, desde la infancia hemos disfrutado unos derechos ya luchados, mas nadie nos puede asegurar que esos derechos seguirán ahí, y aún quedan muchos por conquistar.
Enfrentémonos a nosotros mismos.
Carmen Esteban Sanz