En un lado del cuadrilátero, con 135 escaños a sus espaldas, el Gobierno de España, representado en el campeonato por Pedro Sánchez con Pablo Iglesias en el banquillo. En la esquina de enfrente, la oposición, liderada por Pablo Casado, con 88 escaños. Meritxell Batet de árbitro y como jaleadores Abascal y su equipo. Los medios de comunicación gestionan las apuestas.
Acaba de comenzar el cuarto asalto. ¿Quién se hará con el cinturón dorado?
Parece ficción pero la verdad es que se asemeja bastante a la situación política española. Ha quedado lejana esa época de la política de consensos, aquella de Suárez y González compartiendo cigarro. Sin embargo, esta política de la búsqueda del K.O es solo un mero reflejo de la sociedad. “Los políticos somos como la sociedad que nos pare” decía Anguita.
Si de algo sirve el comportamiento de los políticos es de indicador de la crispación social y viceversa.
A mayor crispación política, mayor tensión social y con menor intensidad al revés. La sociedad y la política mantienen una relación dependiente, aunque la fuerza de influencia de la una sobre la otra no es de igual intensidad.
Recuerdo que no hace mucho tiempo existía en la ciudadanía un sentimiento reacio a identificarse públicamente con un partido o una ideología, aunque sus comentarios destilaran tendencias. Mas ahora, una de las primeras incógnitas que intentamos resolver al conocer a alguien es su ideología política. Podrá parecer algo superficial, pero la ideología al fin y al cabo es el reflejo de un modo de vivir y ver la vida. Otra cosa muy distinta es que lo utilicemos como criterio discriminador, siempre que se encuentren dentro de los valores democráticos.
Mostrarse afín públicamente a un partido político no debería ser detonante de disputas sino de debate.
Hace unos días se hacía viral una discusión entre dos señoras mayores en un patio vecinal:
Ocho de la tarde, Rosario con cacerola en mano gritaba ¡Gobierno dimisión! mientras Consuelo aplaudía a los sanitarios como cada día de confinamiento. Ambas eran amigas del barrio de toda la vida. El resto de vecinos que oyeron la trifulca no supieron quien la inició.
-¡Fascista! La época de Franco ya acabó.
-Anda que tú, roja comunista, que nos vais a dejar en la ruina como hicisteis con Zapatero.
Cuarenta años de amistad y no se dirigen la palabra la una a la otra. ¿Para esto vale la política? ¿Para enfrentarnos los unos a los otros? La política no, pero la clase política, en su mayoría, sí.
No debemos desvirtuar la finalidad intrínseca de la política como gestora estatal y método de resolución de conflictos a gran escala.
Por otro lado, la clase política, en su mayoría, se alimenta de las diferencias existentes entre los ciudadanos, del espacio existente entre las trincheras y no del consenso. Si esperas que la concordia proceda de los de arriba, toma asiento y ponte cómodo. El ejemplo pocas veces procede del servidor público.
Entre la ciudadanía tenemos asumido como deber, exigir a la clase política una actitud cordial, diálogo y un ambiente que favorezca la cooperación entre los distintos grupos políticos pero, ¿acaso hacemos nosotros lo mismo?
La mejor manera que tiene la sociedad de conseguir y fomentar este tipo de actitudes es predicar con el ejemplo, sin embargo, basta entrar en Twitter, o a un patio de vecinos, para observar la cantidad de odio y provocación que hay presente. Problemas de todos con todos por todo. Demasiado azúcar en ese café, muy poca espuma en el otro. No hay puerto a la vista en nuestro barco del odio y la crispación. Detengamos por un momento nuestra impulsividad enfermiza y pongamos los pies sobre la tierra.
Si existe una idea común en el pensamiento de todos los españoles, o debería existir, se correspondería con el Estado de Bienestar. Aprendamos de las opiniones distintas, desde la justa tolerancia, pues España no es nada sin su gente, un mero trozo de tierra.
Cuidemos de España, de su sanidad, de su educación… de su gente. Sólo de nosotros depende nuestro futuro. Esta es nuestra guerra, la de todos. Memoria, compromiso y resistencia.