Pasado, presente y futuro. Una búsqueda constante de nuestro destino y sentido. ¿Qué será de todos nosotros dentro de diez años? ¿Y de cincuenta?
La pluma que escribe nuestras historias agotará su tinta antes para algunos de nosotros. Al mando de este barco no hay capitán humano posible.
En el colegio nos enseñaron que la vida consta de tres fases: nacer, crecer y morir. Y no, reproducirse no es estrictamente necesario. Con la muerte se acabó todo, pero el mundo sigue girando, tus amigos seguirán quedando, el bar de tu barrio seguirá lleno y tus nietos empezarán el colegio.
La muerte es uno de los mayores temores humanos, de esos que no tienen anestesia, ni siquiera el alcohol o el resto de las drogas pueden hacer que desaparezca temporalmente. Es el gran enemigo del humano. Desde que nacemos habita en nosotros una bestia que durante la infancia se encuentra en periodo de hibernación, pero que con la maduración de la persona va despertándose hasta el punto de llegar a hacerse con el control de nuestros pensamientos y actos, la bestia de la incertidumbre vital.
Qué pasará, cómo será el futuro, pero sobre todo cuándo acabará. Y si a algo se debe esto es a la ambición racional que poseemos todas las personas. Si el hombre no encuentra la respuesta de algo le invade un sentimiento de incerteza que le asfixia y le agobia. Por naturaleza nos gusta y necesitamos tener todo bajo control. Como ejemplo de ello tenemos las diferentes religiones, la mayoría de ellas han tratado de buscar un sentido para la muerte con la finalidad de generar un auto consuelo a esta incertidumbre vital.
El enfoque religioso suele ser un enfoque optimista. Según la mayoría de las creencias, tras la muerte nos encontraremos con un paraíso ilimitado y nos reuniremos con nuestros seres queridos, con quienes compartiremos dicho paraíso toda una eternidad. ¿Acaso no sirve esta teoría como salvavidas para no vivir atormentado por dicha bestia?
Nos pasamos la vida pensando en el futuro, planes, planes y más planes, mas nadie nos enseña a vivir el presente. Y la realidad es que es más difícil saber vivir con la angustia de la muerte que la propia muerte.
Aunque muchos prediquemos la filosofía del carpe diem o del tempus fugit, a la hora de la verdad todos estos tópicos latinos quedan en papel mojado. Para nosotros es mucho más fácil desviar la atención hacia delante, hacia hechos difusos, que coger al presente por los cuernos. Gran muestra de ello es la pandemia: todo lo que habíamos planeado se ha desvanecido delante de nuestros ojos. ¿Y qué quedó? Personas que no saben vivir el ahora, que no saben disfrutar los pequeños momentos. La codicia por el futuro nos come por dentro.
Entonces, ¿qué les da sentido a nuestras vidas?
Algunos creen que es el amor, tanto por la familia como por la pareja, otros la felicidad… Sin embargo, ¿no cambiaría la forma de concebir todo esto si fuéramos seres inmortales?
Esas fiestas del pueblo que tanto se disfrutan o esa película de superhéroes que tanto te gusta no tendrían el valor que tienen si no acabaran, si no tuvieran un final. Pues bien, lo mismo pasa con la vida y la muerte, la vida no tendría valor si no tuviera un límite.
Dime cuántas veces te hubieras atrevido a subirte a la mesa a bailar si supieras que te queda toda la eternidad por delante. ¿Cuántas veces te habrías lanzado a besar a alguien?
La vida no es nada sin la muerte, ni la muerte sin la vida.