Y de repente, el virus

De repente, hemos descubierto que somos frágiles.

Bastaría la caída de las redes de comunicación, quedarnos sin internet y sin televisión, para que la sensación de apocalipsis total se apoderara de la población y entráramos en pánico.

Una población que se autodenomina post-moderna y da sentido a su existencia por lo que es capaz de tener, porque no sabe dárselo por lo que es.

Cuando la falsa seguridad que nos da esa capacidad de tener, se nos escapa por el mínimo riesgo de seguir existiendo, descubrimos que somos una parte débil más de una naturaleza que sigue su curso y nos asusta ser conscientes de nuestra inconsistencia. No tenemos garantes de nuestra existencia porque la vida es un valor inexplicable que no entiende de precios ni seguridades.

Los seres vivos irracionales tratan simplemente de evitar el padecimiento de los acontecimientos naturales, no saben dramatizarlos. Los racionales necesitamos explicaciones consoladoras, exactas o no,  que nos llevan a adoptar medidas irracionales sobre lo que no entendemos, pero nos evitan ese miedo abstracto a lo que no sabemos explicar.

Ha bastado un simple virus, que nos muestra la globalidad planetaria de la que se nos llena la boca cuando nos referimos a las comunicaciones o las economías, para que nuestra debilidad mental nos devuelva a la tribu.

Los estados se han convertido en los centros de decisión tomando medidas cada uno por su lado, usando a los organismos internacionales como excusa de sus propias decisiones, y aislándose unos de otros porque esa es la estadística en la que nos van a mostrar su capacidad de gestión.

Las comunidades autónomas han cobrado un sentido de pertenencia inusitado. A falta de la clasificación semanal de la liga de fútbol, nos consuela ver que nuestra comunidad ocupa un puesto menos severo en la estadística de fallecimientos que la de al lado. Igual comportamiento se observa a nivel municipal.

Me ha llamado la atención que ha desaparecido la tribu provincial. Desde que las matrículas de los coches se “estatalizaron” y no sabemos de qué provincia es el fulano con el que nos cruzamos, han pasado a ser un mero término geográfico administrativo. A nadie le interesan los muertos por provincia.

El único denominador común, y aterrador, ha sido que cualquiera de esos entes dominantes  de nuestras cohesiones sociales, ha tomado medidas más o menos suficientes, cuando el número de fallecimientos en la estadística les ha obligado a pensar en lo que somos a riesgo de perder parte de lo que tenemos. Y no lo hacen por humanidad sino por cómo salen retratados en esas estadísticas.

Hemos escuchado a todo un Vicepresidente segundo, y lo comento porque me parece el máximo exponente de la infamia política, sorprendido porque una ministra sea capaz de mostrar sentimientos de solidaridad con los ancianos que sufren en residencias mal dotadas médicamente. Sin comentarios.

Tenemos líderes de estados “desarrollados” que todavía, con la abrumadora evidencia de los datos, no creen que deban poner en riesgo la renta nacional de su tribu porque no hay suficientes fallecidos que les obliguen a protegerse de la estadística.

Cuando creíamos que nuestro conocimiento y nuestra tecnología controlaban todo, la naturaleza nos pone en nuestro sitio.

No se preocupen. En poco tiempo volveremos a la normalidad de lo que tenemos. Volveremos a preocuparnos por el PIB, el IBEX o la prima de riesgo. Siempre por algo que no entendemos, pero que nos da la seguridad de volver a la plácida pertenencia a esa tribu que nos protege con argumentos que ellos mismos promocionan.