Opinión

Propaganda y traición

Esta no es una buena historia. Aquí no hay ni villanos de la izquierda revolucionaria, ni monstruos de esvásticas, ni heroínas redentoras de la libertad, ni estadistas serios salvapatrias. Esto, toda esta campaña, va de cómo obtener el poder. Arrinconados los moderados al desaliento, queda dividir para vencer.

Arrancó la presidenta. Ejecutando la conspiración que tenía prevista desde mayo (acudase a la rectificación del decreto de convocatoria electoral) del pasado año, aprovechando una excusa servida en bandeja de plata por un mal departamento de comunicación.

Se convocaron elecciones y para evitar que se avalase con ello a los 500 compañeros de su partido que, supuestamente, se vacunaron antes de tiempo se creó un lema. Todo un éxito. Inflamados los conservadores ya se habían movilizado, primero al grito de “¡Muerte a Ciudadanos!”, después el grito varió para dirigirse contra la dictadura chavo-comunista que, como toda la Unión Interplanetaria nos gobierna.

Lejos de reducirse, sus filas se engrosaron con el alma de los que se decían liberales, pero que se habían reconciliado con su vena más servil. Vox quedaba tocado, su dialéctica ya no marcaba el paso. Los guardianes de las esencias de la derecha más rancia estaban contentos con que el PP hiciera esto, al fin y al cabo, se fueron de él por culpa de los tecnócratas y democristianos que Rajoy puso en el gobierno. Para remontar vuelo tenían que liarla, y lo hicieron a base de bien. Al amparar la violencia entraron en juego. Tenían, por fín, posibilidades más que razonables de entrar en el Gobierno.

Democracia, o fascismo. Menuda elección. ¿Fácil, no? El ímpetu con el que el PSOE dice esto es admirable, sobre todo cuando se tergiversan los hechos. Tras un debate en Telemadrid, se tiene previsto uno en la Ser. La mañana de radio nos pilla a muchos en la Universidad o trabajando, nadie atiende. La noche anterior Iglesias hace públicas unas amenazas que él y otros miembros del gobierno han recibido.

Preguntados por ello en el debate todos lo condenan, salvo Vox. Indignado Iglesias ve la oportunidad, tiene un motivo bien fundamentado y legítimo para irse. Lo hace. Él ha destapado a la ultraderecha cómplice de la violencia. Vox es la fuerza que hace huir a Iglesias. Ambos ganan, ambos son creíbles ante los suyos. Gabilondo y García se quedan debatiendo una hora más. Toca descanso. Los asesores son conscientes de lo que pasa en RRSS, hay que montar el pollo e irse. Los candidatos lo hacen. Estos son los hechos. El resto, propaganda.

Estas no son unas elecciones a una legislatura, y se nota, son unas elecciones de mitad de mandato donde sólo cuenta desahogarse con el de enfrente. Unos son muy buenos, otros son muy malos. Unos son la ejemplificación de la virtud contra la dictadura bolivariana que impera en España. Otros los antifascistas que se niegan a sentarse en una mesa con la inmundicia del rival. Entre tanto las sospechas se incrementan ¿eres un rojo, o estás con la libertad?, ¿eres un violento, o eres demócrata?, ten cuidado si no contestas adecuadamente no solo serás “cancelado”, sino que no tendrás dignidad.

Entre todos queda Bal. El último en llegar, el único que quiere exponer con dignidad un proyecto de reformas para una región que las necesita. Se queda él sentado en una mesa solitaria pensando en los tiempos donde las políticas importaban. Ha retado ahora a Monasterio a contraponer medidas. La izquierda dirá que, por ese delito, es un fascista. Pero, como Macron hizo, al odio que destila Vox sólo se le puede ganar con la palabra, pero para eso se necesita un buen programa.

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