Opinión

Notas ante la batalla

Escribió Jaime Gil de Biedma que de todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España, porque termina mal. Cuando se suponía que el ímpetu reformista se consolidaba y que venía una España nueva, que fuese capaz de perfeccionar sus procesos democráticos, de garantizar el desarrollo económico y de incluir nuevos derechos sociales, nos encontramos ante un país, de nuevo, a la greña.

Los populares lanzan sus acusaciones de sospecha, deslealtad, felonía y traición a quienes fueron sus socios de coalición. La excusa para la convocatoria de elecciones es tan espuria como el hundimiento del Maine. Que se hiciera el mismo día en el que se pensaban cerrar los presupuestos, solo nos revelan a una gobernante más centrada en sus intereses personales que en los intereses del pueblo.

Contra ese tipo de demonios escribía Gil de Biedma. Y a esos demonios idolatran, borrachos de sus ansias de poder, sus Nuevas Generaciones: — Un socio solo ocupa espacios, y aquí se quería hacer carrera. ¿Cambiar España?, ¿para qué? Somos conservadores, lo mío no me lo toquen. Muérase, liberal. Desaparezca, esfúmese, apártese, y no me moleste.

No son buenos tiempos para los matices. El maniqueísmo siempre fue atractivo, y la brocha gorda dá más clicks. La tentación de asumir un bando, ponerse su uniforme y defender la trinchera se vuelve cada vez más interesante y lucrativa. Pero, qué sentido tendría. Lanzarse contra la mitad del país mientras se autoproclama uno defensor de la libertad, la virtud y la razón, mientras se niega al enemigo cualquier rasgo de decencia, dignidad o espíritu democrático. ¿Qué Comunidad de Madrid se puede construir así? Ninguna, o peor, sólo la de unos pocos.

La cuarentena sólo nos ha embrutecido. Normal, el confinamiento ha hecho mella en nuestra salud mental. La incertidumbre económica nos cierra oportunidades. A estas alturas de la película necesitamos un acto de violencia redentora, inútil si, pero que nos limpie la sangre. Y justo aparece una campaña donde resuenan los gritos de “muerte y destrucción” contra un partido político. Nuestras ansias nos pueden, y eso, los propagandistas lo saben.

Alejar la crispación, reducir la polarización, implementar reformas económicas, garantizar derechos sociales y defender el Estado de Derecho. Demasiados frentes por cubrir. Demasiadas banderas que portar. Demasiada sensatez que defender. Edmundo dice poder ser el actor viable que represente este equilibrio necesario para la vida social. Quizás lo sea, quizás no. Pero diantre, resulta imprescindible que así sea.

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