Opinión

La verdad sigue en fase 0

La verdad es la historia contada por los que ganan, hasta que transcurre el tiempo necesario para no verse perjudicados por serle fiel. Hoy, con la masa falsamente ilustrada por el caleidoscopio de las redes de comunicación en las que se puede elegir el color con que pintar los hechos, tenemos tantas versiones de un suceso que es difícil esclarecerlo. Ya lo decía R. Bradbury: “Atibórralos de información y creerán que están pensando”.

Entre las reflexiones a que nos han obligado estos tres meses de reclusión, me ha llamado poderosamente la atención observar lo fácil que es convencer a “la cofradía” de una cosa y su contraria, en cuestión de horas, si se construye un fin superior con el que justificar la sucesión de falsedades.

Para “los científicos de cabecera”, una mascarilla puede ser necesaria o superflua en función del stock de que se disponga en el momento que se realiza la afirmación. Una manifestación de más de 100.000 personas tiene un efecto “marginal” en los contagios, mientras que una reunión familiar de más de 10 personas es letal, si “los científicos” no han decidido antes el número de fase en el que está la familia. Cuando unos afirman que los fallecidos son 27.000 y otros 43.000, las cifras no son contradictorias, son “complementarias” (nos afirman en el seminario dominical televisivo al que nos somete Moncloa).

Estamos entrando, peligrosamente, en un oscurantismo moralizante propio de cualquier régimen autoritario a una velocidad aterradora. La Santa Inquisición se impuso porque era indiscutible, provenía de Dios, y porque la masa legitimaba sus ejecuciones acudiendo en tropel a donde debían haber estado solos los paranoicos de sus propias certezas y los verdugos.

Ahora, esa inquisición la forman colectivos sociales radicalizados, con deontologías de mercadillo, que lo mismo tiran al rio estatuas de Colón porque fue un opresor de civilizaciones, que vilipendian “Lo que el viento se llevó” porque aparecen esclavos negros que parecen felices.

Ya no hay criterio propio, porque se carece de él o porque esos colectivos postmodernos que han alcanzado el poder, algunos sin quitarse el disfraz de culturales, hacen causa del miedo a ser señalado como política y socialmente incorrecto y nos prestamos a ello con una docilidad infantil.

Lo cierto y lo falso dependen del contexto en que le interese situarlo al poder. Siempre ha sido así. ¿Por qué, si no, el obligado secreto de Los Consejos de Ministros? Lo que es nuevo es el nivel de grosería y desfachatez con que se maneja este ejecutivo mientras una mayoritaria “opinión publicada” acude en masa a sus aquelarres, encantada con los vientos que le venden sin apreciar que algo empieza a temblar bajo sus pies.

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