Opinión

Gobierno en funciones

Lástima que la acción de gobierno no esté sujeta al control de un consejo de administración en el que cada cual se jugara sus propios intereses, en vez de los de casi 37 millones de accionistas minoritarios que acudimos a ejercer nuestro derecho a voto el pasado 28 de Abril.

Nuestra empresa común, España, va para su quinto año de parálisis sin que a los representantes del consejo se les ocurran más soluciones que las de “estar en funciones”, de acuerdo con lo que enuncia la propia convocatoria electoral. Eso sí, en funciones remuneradas.

La tragedia es, que las funciones que nos están ofreciendo se comprenden mejor con la acepción cuarta que el diccionario de La RAE asigna al término: “representación de un espectáculo, especialmente teatral…”, que con la acepción segunda: “tarea que corresponde realizar a una institución o entidad y a sus órganos o personas.”

Tras dos meses de una inactividad poco comprensible, se promueve una sesión de investidura sin mayoría previa, sin acuerdos que permitan una formación de gobierno a derecha o izquierda y con la machacona acusación a los grupos de la oposición de estar bloqueando la investidura de un candidato que quiere ser presidente, sin explicar claramente en su exposición, para qué quiere serlo. Eso sí, con la excepción del relato de una serie de derechos de la ciudadanía de los que se hace adalid y pretende velar, y a los que nadie, “con dos dedos de frente”, se opondría.

Para cumplir los objetivos en cualquier empresa, tarea o proyecto, sea del tamaño que sea, la responsabilidad la tiene quien ejerce el poder. Para eso lo tiene. Es evidente que va a encontrarse con competencia, exceso de oferta, grupos de presión y otra serie de obstáculos que deberá salvar. Pero ese es su cometido, para eso se le paga. Para llevar el proyecto a buen puerto encontrando apoyos, aunando esfuerzos y salvando las dificultades.

El esperpento de función que ofreció la sesión de investidura bien podríamos calificarlo de bochorno. El candidato consigue el apoyo de solo un diputado de fuera de su grupo,que ya se lo ofreció en la noche electoral. El portavoz del PNV llega a decirle: “Señor candidato, deme una excusa para votar SI”. Estoy convencido de que ese pensamiento era extensivo a otros grupos.

El portavoz de su socio preferente, aprovecha la propia sesión de investidura para ofrecerle un cambio de última hora: “Te cambio un ministerio por unas políticas activas de empleo”… (que no sabe muy bien qué competencias abarcan ni quien las ejerce).

Sólo faltaba que la pretendida leal oposición, sin serlo, se sumara a la función tachando de banda de bandidos al candidato y su gabinete. No llegó a llamarles bandidos, aunque al presentarlos repartiéndose el botín, resulta difícil imaginar que, al llamarles banda, estuviera pensando en la música, por ejemplo.

Y lo nunca visto. En las 48 horas que transcurrieron entre la primera y segunda sesión tuvimos que resignarnos a aceptar que la sensatez la encarnaba Gabriel Rufián.Portentoso.

¿Qué funciones ha ejercido el gobierno con su presidente a la cabeza en esos más de dos meses, que no sean las de justificar su fracaso culpando a cualquiera que se ponga por delante?

Ahora, con el cuerpo ya de vacaciones, nos anuncia el candidato una serie de “funciones” con representantes de grupos sociales que, siendo de alabar el trabajo que estos “realizan” sin necesidad de montar escenario, poco o nada pueden contribuir a la formación de un gobierno pero si a la formación de una opinión interesada, como si se tratara del programa de los antiguos Festivales de La España estival.

Hubo un tiempo, hace bastantes años ya, en el que cuando salía al extranjero me sentía orgulloso de hablar de nuestra democracia, nuestros políticos y los logros que estábamos consiguiendo tras tantos años de dictadura.

Ahora, sinceramente, me avergüenza. No es que les falte solo la capacidad y altura de miras necesarias a nuestros representantes. Les falta, además, talla personal para que me sienta representado.

Para este espectáculo, no cuenten con mi asistencia en próximas representaciones teatrales.

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