Opinión

Épica y reformas

 

Se dice que el final de Juego de Tronos no gustó. Tras ocho años construyendo los arcos narrativos de los principales candidatos al trono de hierro, los guionistas no quisieron dar a sus fanáticos la última gran revolución tras la cual llegaría a los siete reinos una época de paz y prosperidad. A cambio nos mostraron cómo el poder corrompe a quien se cree un/a redentor/a de las masas, y cómo encauzar los conflictos políticos a través de instituciones y procedimientos puede ahorrarnos grandes destrozos.

La política se ha serializado. De nada sirven las políticas públicas si no se pueden rentabilizar en votos. Bien lo saben Miguel Ángel Rodríguez e Ivan Redondo, los validos que susurran a los oídos de Ayuso y Sánchez, muestran el camino a quienes persiguen el poder como fín en sí mismo. Para ello, ambos aconsejaron polarizar la sociedad y mostrarte como el mejor paladín para los “tuyos”.

Puede que se trate de una receta moralmente reprobable, pero con utopías no se come. También lo sabe Iglesias su gestión al frente de un Ministerio planteado para preparar a España para la nueva década, poco importa, pues poco se hizo. Tras la llegada al gobierno, Obama se dió cuenta de que había perdido “su narrativa”.

Para recuperarla inició una gira de viajes para presentar su reforma sanitaria y su popularidad volvió a dispararse entre los demócratas. Iglesias, como personaje, había cerrado su arco con la entrada en el Gobierno. Sin muchas competencias, trató de recuperar su narrativa desempolvando el viejo armatoste de la República, no pudo. Ahora, salvando su partido en Madrid, confrontando con Ayuso y planteando una renovación en su coalición espera alargar su presencia. Sin resultados electorales, es el que más ha salido ganando, su jugosa indemnización, a la que tenía todo el derecho, así lo acredita.

La negociación entre seis actores que representan intereses y valores diferentes, aunque estos y otros muchos convivan en la sociedad, en torno a las políticas públicas a realizar es demasiado complicado. El diagnóstico de los problemas es difícil, el procedimiento para aprobarlas es lento, ejecutarlas difícil y evaluarlas parece un tabú. Es mucho más sencillo cabalgar junto a los de nuestra cuerda y cargar contra un villano contra el que sentimos el más profundo de los ascos.

Y eso, los peores lo saben y lo utilizan a su favor. Forjan liderazgos a través de la impresión que la gente recuerda tener de ellos. Ya ni siquiera importa la oferta electoral que ofrezca cada cual. Esa vaga idea sobre el papel que cada protagonista juega en la historia de la deliberación pública parece imponerse. Quizás siempre fue así. Qué sentimos, qué esperamos y qué proyectamos en el personaje público es lo que nos importa.

El problema es que a ese ser vacío de honra y complejos le damos el estatus de político y con él, la llave de nuestros impuestos y el poder para cambiarnos la vida, curiosamente, un poder que no suelen usar en exceso, y así pasa. Abundan los liderazgos cortos cuyos arcos narrativos se acaban antes de construir una obra de gobierno, o directamente, jetas que digieren los marcos sus ex-adversarios políticos en días para escupirlos a cambio de hueco y poltrona.

Dicen, que todavía quedan un puñado de liberales. Reformistas socializados en la España post 15M. Aquella España que durante dos años debatió de políticas públicas hasta que decidió que aquello era un lío, para sumarse, Golpe de Estado mediante, a la ola de las políticas identitarias.

A ese pequeño grupo nunca se le perdonará no haber sido útiles cuando tocaba. Los gritos de los socialistas que celebraban su victoria echando pestes de ellos daban igual, porque de los naranjas se esperaban que no fueran como los de siempre. Unos descalabros electorales más tarde, queda una raza a extinguir. Medios y adversarios lo proclaman. Madrid, se rumorea, se ha convertido en la tumba de los centristas.

Tratando de escapar de su destino, se han cargado el aforamiento de la clase política en diversas regiones, han introducido leyes de transparencia, han diseñado el fondo Next Generation EU (véase el tour que Luis Garicano se ha hecho por los gobiernos autonómicos de todo color), además de cosas tan concretas para los madrileños como el abono de metro y bus de 30 euros para el tramo 26 a 30 años (paralizado por no haberse aprobado el presupuesto), o el haber iniciado las leyes de Servicios Sociales e Infancia.

Algunos hechos, y otros tantos que han logrado de los que no sacarían provecho, como ya pensaban Redondo y Rodríguez. Sin tiempo para lamentar las oportunidades perdidas, Ciudadanos parece ir, como el himno de Sabina, a la guerra por la paz. En este contexto reducir la crispación no parece sencillo.

Evitar que los extremos lleguen al gobierno, tampoco. Sin embargo, como sabía Madrazo ninguna derrota es para siempre y ninguna victoria es eterna, y más en política. Las voces de quienes tratan de evitar la crispación se volverán a escuchar, no sabemos cómo ni en qué forma, incluso puede que más de un cinco por ciento se decante por apoyar sus reformas. Deciden ustedes, como debe ser.

Comentarios