Estamos en la “fase 0” de la “desescalada” a la “nueva normalidad” en la que unos gobernantes, que están en “la gama alta del éxito en la gestión” porque no nos han aconsejado “beber lejía”, ponen título a cada capítulo de un relato detestable, que no es sino la crónica de una transición de la incompetencia al chantaje.
Cuando pensábamos que venía una gripecilla pasajera para la que nuestro sistema sanitario estaba perfectamente preparado y en España no se iban a dar más de un número testimonial de casos, nos hemos visto inmersos, sin aviso previo de la autoridad incompetente, en un carnaval siniestro en el que la máscara de “la parca” se ha convertido en “trending topic” a falta de disfraces más apropiados para enfrentarse al macabro banquete del inofensivo virus.
En esta fase de confinamiento sin numerar, de la que estamos agotando la cuarta etapa de alarma, nos hemos visto obligados a sustituir la gestión transparente y responsable con la abnegación de todos aceptando el arresto domiciliario y el sacrificio de nuestros contagiados y sanitarios enviados a la lucha con medios insuficientes y su generosidad como mejor protección.
La seguridad que nos ha ofrecido nuestro gobierno, ha sido mantener al director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, el ínclito Fernando Simón, rodeado de uniformes de tierra, mar y aire, para mantenernos “informados” de una guerra mundial que él mismo nos había vendido como simple escaramuza días antes.
Las falsas convicciones alejan más de la verdad que las mentiras y no hay nada más falso que la opinión globalizada. Para eso si son hábiles y han convertido a los medios de comunicación, principalmente la televisión, en franquicias subvencionadas de la opinión oficial. Usando el miedo y la multa como elementos de gestión. Nadie piensa en qué está pasando con sus libertades cuando le han convencido de que su objetivo es sobrevivir. A no ser, que uno de los guardianes uniformados de la autoridad sanitaria cometa el error de leer en voz alta una de las directrices que le ha trasladado el Ministerio y nos informe sin querer.
Ahora, cuando vislumbramos la salida del túnel del confinamiento, con el sentimiento de dolor y derrota que nos dejan las cifras de la pandemia, nos encontramos que autoridad incompetente nos amenaza con caos y muerte si no se acepta su modo de gestionar la desescalada.
Relacionar las obligadas ayudas a desempleados, autónomos, PYMES, ERTES y gestión sanitaria al estado de alarma es un chantaje que no nos merecemos. Mucho menos cuando viene de quien ha utilizado las facilidades legislativas de ese estado para manipular cifras, hacer nombramientos opacos, dictar órdenes de carácter ideológico y dedicar más recursos a crear opinión que a analizar y rastrear el recorrido del virus en la población.
Llevamos meses esperando algún avance en el estudio serológico, claridad en la gestión de compra, empatía real con los que más sufren (aún no hemos visto al presidente en un hospital) y medidas que no acierten siempre al rectificar, mientras se acumulan docenas de miles de “muertos y muertas”. Lenguaje, por cierto, con el que no se ha atrevido a frivolizar el pijerío progre – reaccionario con base de mando en el Campus de Galapagar, de fachada social y lujo privado, mostrándose en la catástrofe como abnegados auxiliares sociales y no como los gobernantes responsables que deberían ser.
El representante del caos y la letalidad es usted, Sr. Ministro.
Lo contrario al caos es el orden. Y ese orden, en palabras de Aristóteles, debe ser la combinación de lo bello con lo grande. No hay belleza en su proceder ni grandeza en sus palabras. Presentarse ante la ciudadanía argumentando que, si no les dan la razón, todo será un caos es mucho más que mentir, es demostrar su ignorancia oceánica. Porque cualquier cosa será mucho mejor que el desorden creado por ustedes. – traslado literalmente parte del artículo de hoy del periodista Miquel Giménez en Vozpópuli. – A ver si va a resultar que el virus que más secuelas va a dejar en esta pandemia, no es el Covid19.
Si pudiésemos determinar el porcentaje de contagios de nuestro personal periodístico con ese virus de falsas convicciones globales, estaríamos aún más preocupados y saliendo a los balcones, no precisamente a aplaudirles.