Opinión

Vida líquida

He escuchado decir, si no me equivoco, al actor argentino Ricardo Darín –aunque creo que él, a su vez, estaba citando a otro– que esta crisis está demostrando que podemos vivir con muy poco. No lo negaré, pero surge una realidad incuestionable, y es que el mundo que conocemos se sostiene en el crecimiento económico continuo, y ello significa producir cada vez más.

No me detendré ahora a analizar la finitud de los recursos naturales, si se extinguirán, o cómo adaptarnos a un consumo responsable en caso de que fuese completamente necesario; aunque, mucho me temo que, si en algún momento llegásemos a una situación desesperada, tomaríamos conciencia tan tarde que ya no sería posible volver atrás.  

Estamos viviendo una realidad acuciante, asfixiante, de la que aún no sabemos cómo saldremos, de si la extirpación de la amenaza significará una vuelta a nuestros hábitos, o sus consecuencias harán inviable retornar a nuestra vida anterior. 

Recordando la crisis económica de 2008, y las palabras de algunos expertos entonces respecto de que sucedería un nuevo orden económico, y que tales predicciones no se cumplieron en absoluto, cuesta creer que los cambios sean voluntarios o se produzcan por un futurible que todavía muchos niegan, incluyendo –y eso es lo peor– a quienes hemos facultado para tomar decisiones. En dicho sentido, cabe recordar las críticas a  Greta Thunberg, de la que hemos escuchado palabras tan banales como disparatadas en lugar de agradecer su concienciación y militancia, su valentía para denunciar aquello que todos deberíamos apoyar.

Hemos interiorizado tanto nuestro modo de vida que no creo que seamos capaces de cambiarlo, ni siquiera por el lastre que significará para las generaciones futuras, porque solo vemos lo inmediato, o así nos conducimos. ¿Tenemos la capacidad de ver más allá de lo que tenemos ante sí? Desde luego, pero si se tratase de un sentido como la vista o el olfato concluiría que está en un letargo permanente o definitivamente perdido, como la disposición para recordar o vaticinar en función de los hechos, como un nefasto jugador de ajedrez que solo entrevé el próximo movimiento de su adversario. 

No recordar, no ver más allá de nuestras propias narices concuerda con lo que describió el filósofo polaco Zygmunt Bauman en su ensayo La vida líquida, en cuya introducción se dice:

“Esta vida se caracteriza por no mantener ningún rumbo determinado puesto que se desarrolla en una sociedad que, en cuanto líquida, no mantiene mucho tiempo la misma forma. Y ello hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre constantes”

Criticamos la gestión de nuestros políticos por no haber tomado las medidas necesarias antes. Y tenemos razón, y solo cabría volver a escuchar sus pasadas declaraciones minimizando el posible impacto de la epidemia, y proclamas en el mismo sentido escuchamos en las voces de la OMS, de los empresarios, de la oposición parlamentaria. Hasta nosotros mismos decíamos que este virus era más inocuo que la gripe. Así que, salvo algún iluminado, todos le quitamos importancia, aunque ya habíamos visto en imágenes el comportamiento del virus en China.

¿Por qué actuamos así?, ¿Por qué restamos alcance a lo que podría amenazar nuestras vidas? 

No tengo una respuesta, pero sí que afirmaré que la sociedad actual está conformada por intereses económico-sociales muy difíciles de contrarrestar, y quienes más se ven favorecidos, los que en definitiva tienen el control, siempre serán reacios a cualquier medida que haga tambalear su posición.

Este domingo, las redes están denunciando con imágenes el comportamiento de las familias al no observar las medidas de seguridad recomendadas. Una denuncia o espionaje, la de toda la ciudadanía, que reflejaba J.M. Coetzee como el último estadio de la censura, el espionaje de unos sobre otros, haciendo innecesario que el poder establezca su propio control. Que es razonable, puesto que dicho incumplimiento podrá afectarnos a todos.

La cuestión de fondo, sin embargo, sigue latente, ¿o es que nuestros dirigentes no han previsto esta circunstancia? ¿De qué sirven entonces los expertos, los sociólogos? Esa cantidad de asesores que sabemos tienen a su disposición los dirigentes. ¡Ah!, se me olvidaba: muchos de ellos han sido nombrados a dedo o mantienen relaciones filiales con quienes los designaron.

En la crisis económica de 2008, se esperaba que los dirigentes legitimasen su poder y posición con medidas para minimizar los efectos de la crisis. No fue así. Como tampoco ahora estamos gobernados por los más capaces. Ni tampoco hay un relevo que ofrezca garantías, ni lo que pasa en nuestro país es algo que no ocurra en otros lugares.

Quizá convendría que reflexionásemos sobre esto.

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