Opinión

En un rincón del alma

“A mí me gusta andar, pero no seguir el camino”
 

Diciembre de 2016:

Hacía cinco años desde la última vez que vimos actuar a Alberto Cortez. Fue en La Vaguada, Madrid, y significó el encuentro con un cantante y poeta al que presentí enfermo. Pincho sus canciones con frecuencia, pero hacía muchos años que no lo veía físicamente, ni siquiera en televisión. Fui consciente de la crueldad del paso del tiempo, como denotaba su torpe caminar por el escenario y el brillo perdido de su voz, que noté sin el vigor y, sobre todo, sin la presencia y fuerza de antaño, precisamente su singularidad, lo que recordamos siempre de él.

Salimos del concierto con un cierto pesar y con nostalgia, conscientes del final de una época y con la idea de que no volveríamos a verlo más en directo. 

Sin embargo y ante mi sorpresa, hace un par de semanas me enteré de que tenía programados varios conciertos en España, también en Madrid. Me hice con un par de las mejores entradas enseguida; esta vez quería estar cerca, no como en La Vaguada, que asistimos al espectáculo desde el gallinero. 

Se desplegó el telón y los focos iluminaron el escenario en el que se encontraba el poeta, sentado, envejecido, visiblemente demacrado, acompañado por un pianista. El público, de considerable edad, comenzó a aplaudirle: se anunciaba una noche mágica.

Continuaban los aplausos, cada vez con más fuerza, cuando terminaba cada una de sus canciones, y el momento más vibrante llegó al interpretar “El Abuelo”, que narra los recuerdos de un anciano emigrante por su tierra natal.


“…y el abuelo un día se quedó dormido sin volver a España. El abuelo un día, como tantos otros, con tanta esperanza…” entonaba casi quebrándosele la voz, esa voz que parecía agotarse, pero que, incomprensiblemente, emergía con brío en las últimas notas.


“…y al tiempo al abuelo lo vi en las aldeas, lo vi en las montañas, en cada mañana y en cada leyenda…” y, arreciando aún más la voz, en un grito descarnado, concluyó: 
“por todas las sendas que ANDUVE DE ESPAÑA” 


Con el desgarro de su voz, de su rugido sentido y profundo todos enmudecimos, en el silencio que avecina la tormenta, y, tras unos breves instantes, los aplausos arreciaron aún más, y todos emergimos de nuestros asientos, súbitamente, emocionados. Entonces, ayudado por un asistente – que había hecho ya diversas apariciones para mover las hojas de las partituras del atril- deslumbró el poeta (“Me gustaría cantar de pie”- había advertido con anterioridad). 

Pasó un tiempo hasta que la gente retornó a sus asientos. 
A una de las peticiones, dijo que irían saliendo todas sus temas más conocidos...habló de que algunos cuando recordaban a los cantautores y mencionaban su nombre, le daban por muerto. “Haré todo lo posible”- dijo cuando alguien de entre el público afirmó “no te mueras nunca”. Me quedó el recuerdo de uno de sus versos: “conforme pasa la vida saben mejor los recuerdos” 

Continuó su repertorio, escogiendo de entre sus temas aquellos que hablan de amor, los más sensibleros; no era quizás el tiempo de que sus versos más comprometidos, de sus letras más críticas. Recordé los versos de Jorge Cafrune en Sueños de un payador perseguido: 

“Si uno canta coplas de amor
de potros de domador
del cielo y las estrellas
dicen que cosa más bella
si canta que es un primor;
pero si uno como fierro
por ahí se larga opinando
el pobre se va acercando
con las orejas alertas
y el rico bicha la puerta
y se aleja reculando” 

Cantó y recitó sus versos durante aproximadamente hora y tres cuartos, un tiempo que se nos hizo breve, que probablemente no sea excesivo para un concierto. También es posible que se aprecie el resuello de su voz, pero no se puede negar que lo había dado todo, que en un gesto casi de heroicidad y en el final de su actuación apartó el micrófono para entonar con fuerza “Cuando un amigo se va”, terminando exhausto, agotado, emocionado como su público, un público que se levantó en un aplauso sin fin, acompañando en su despedida al poeta - nuevamente en pie con la ayuda de su asistente-, sin que nadie pidiera un bis, porque todos sabíamos que nos había ofrecido lo mejor de sí, que su explosión le había hecho perder el aliento, que no puede pedírsele más a quien se había entregado como él sobre el escenario.

¡Hasta siempre, Alberto!

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