Opinión

El virus del papel higiénico

Leo la columna de Muñoz Molina en El País: narra la reunión con un grupo de lectura de ciegos recordando el ataque a las Torres Gemelas y el olor a “ceniza mojada y materia orgánica” que ha quedado fijado en su memoria. Percepciones sensoriales diferentes del sentido de la vista que el grupo comparte. Termina el artículo cuestionándose lo que recordaremos tras estos días, después de referir su vuelta a casa y presenciar como una señora portaba infinidad de rollos de papel higiénico en el carro de la compra.

No sé ustedes, pero yo llevo varios días intentando encontrar entre mis contactos, sin conseguirlo, que alguien me explique la incontrolada demanda de papel higiénico. 

He recibido algunos vídeos explicativos; en uno de ellos, el papel estaba en una jamonera y se cortaba como el bien más preciado, sin saber si los comensales estarían sentados a la mesa tradicionalmente, pellizcando a continuación una porción con los dedos pulgar e índice, acaso reunidos como en la escena que Buñuel filmaba en El discreto encanto de la burguesía: evacuando juntos la ingesta. 

He leído en algún sitio que los supermercados, ante la creciente demanda de alimentos, necesitan ocupar el espacio del papel con otras mercancías más pequeñas y mayor margen económico. Pudiera ser, y es posible que si yo tuviese que vender, por ejemplo, bufandas de pelo de camello en el Sahara a cincuenta grados tendría que recurrir a alguna treta.

Quién sabe, a lo mejor pagando a un sicario para que se llevase toda las bufandas excepto dos o tres, cuando tuviese seguro que la gente observaba y repitiendo la operación "n" veces. Algo en mi fuero interno de ser racional  me dice que no funcionaría; sin embargo, no soy capaz de explicar determinadas aglomeraciones, instintos, apoyos, creencias o decisiones sino fuera porque nos dejamos arrastrar y la sesera esté de vacaciones. 

Francamente, no sé lo que recordaremos de estos días. Quizá la irresponsabilidad de algunos ante las medidas acordadas por el bien de todos, o el seguimiento general, o los efectos económicos cuyo alcance aún no atisbamos.

Bueno…, quizá la mayoría no lo sepa, pero yo, así como Muñoz Molina recuerda su olfato durante los sucesos del 11-M, no olvidaré la mala uva que se me puso cuando hace tres días tuve que limpiarme el pompis con el papel de cocina y el taponamiento posterior de la tribuna.

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