Opinión

De negros harapientos y pobres tullidos

En el colegio nos metíamos con los niños bajitos que también veíamos cabezones –pido perdón por no referirme a las niñas, mi colegio no era mixto–, por llevar gafas o ser gordos, y menudas panzadas de reír nos entraban cuando algunos de los mentados se atascaban o no podían saltar el potro o el plinto, y si en un ademán, por disimulado que pareciese, hacían notar el roce sobre sus doloridas partes pudendas, la carcajada era unánime.

Ahora que lo pienso, no recuerdo ningún caso de homosexualidad, tendría que haberlos por pura estadística, y puedo imaginarme cómo lo pasaría el interfecto si sus maneras en aquel momento lo delatasen.

Había que espabilar, era la consigna

Según íbamos accediendo a los cursos siguientes, los pequeños eran enanos; los gordos, sebosos; y los miopes cuatro ojos. Ventajas de la información o el aprendizaje: ampliaba el espectro de los adjetivos al servicio del interés común.

Como suele repetirse, el malvado inteligente es mucho peor, claro que, tampoco hay que olvidarse de la brutalidad de esos indocumentados que tienen un mal día y por una discusión de tráfico te abren la cabeza con un palo gordo que por casualidad llevaban en el coche; o con un palo de golf, que también los hay.

¿Y a qué viene todo esto?, me dirán. Pues, que nos extrañamos de que el machismo, el racismo, o algunos ismos más, ahora lo protagonicen aquellos angelitos que éramos en el colegio.

Ser negro debe ser una piedra más en el camino. No hace tanto, en este país, los negros llamaban la atención. “Mira, un negro, ¿quién será?” Los veíamos feos, más feos que a Matías, ese que se pasaba el día en el bar bebiendo cerveza y tenía el rostro macilento y una barriga de trillizos, y tan contento que iba él. Mi dinerito me ha costado, decía con orgullo mientras se daba en dicha parte un par de palmaditas.

Pensándolo un poco más, estoy casi seguro de que para ser un poco mejores hay que usar la testa, y no hace falta ser un lumbreras ¿Cómo si no dejaríamos de dar patadas a las gallinas, aplastar los gusanos o cortarles el rabo a las lagartijas? Claro que, todavía hay quien en nombre de las tradiciones somete a increíbles torturas a los animales. Y se ríen, como hacíamos en el colegio.

Habría que suprimir un refrán que decía “la fortuna de la fea la guapa la desea”, una de las mayores bobadas que haya escuchado nunca en un mundo donde la superficie manda sobre el fondo y ser feo es peor que ser imbécil, o profundamente ignorante, y lo que conviene es arrimarse al que tiene cuartos y puede darte una oportunidad, y una invitación supone aguantar las malas ocurrencias, esas de las que nos reiremos cuando el vino galope.

¿Saben? Creo que hay una vacuna contra los negros, los homosexuales, los feos o los gordos. Y una fobia que no tiene cura: la aporofobia, o rechazo al pobre. Una enfermedad contra la que no hay tratamiento eficaz.

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