Opinión

Agitadores

Se ha repetido innumerables veces que Podemos tomaba las calles cuando su función debería ser la política parlamentaria, acusación hecha por los mismos que hoy llaman a manifestarse ante la situación en Cataluña, los mismos que aún no han asimilado la pérdida del poder, acompañados por quienes ansiaban la inmediata convocatoria de elecciones cuando las encuestas les eran más favorables por la corrupción de los primeros. Un maridaje que ha encontrado un nexo y un enemigo común: el okupa de la Moncloa, el desleal a España, el traidor, el felón, el irresponsable, el incompetente, el mentiroso compulsivo (añadir, al gusto, todos y cuantos adjetivos se deseen)

Todo eso y más ha dicho del Presidente del Gobierno el nuevo líder del PP, el doctor en Derecho, el que ha brillado en todas y cuantas empresas ha acometido, la promesa de los populares gestada en las nuevas generaciones elevado hoy a los altares, el que mira con ojos tiernos y reivindicado a José María Aznar, poniendo celoso a Felipe González cuyos mayores  adeptos se encuentran ahora en la derecha más rancia.

Encajar mal la derrota no es nuevo en el Partido Popular, también cuando Zapatero ganó los comicios fraguaron conspiraciones tras los atentados de Atocha. Ellos, los que siempre están a favor de las víctimas de terrorismo (el del Estado durante la dictadura, no cuenta), de la vida, de la unión de España, de no dialogar con los etarras y los independentistas…, salvo cuando se los necesita para gobernar y se pacta y encuentran aliados a golpe de talonario, que de esto saben mucho nuestros gobernantes. Sin exclusión. 

La nueva hornada de líderes conservadores se ha nutrido de su antiguo ADN y su considerando es la afrenta sin límites, lo mismo que sus mayores, pero esta vez en una vuelta de tuerca más en la bronca; lo que probablemente le viene al pelo al independentismo que, como sabemos, tuvo su auge y explosión durante las legislaturas del PP, y ahora puede estar viviendo sus expectativas máximas de crecimiento en los extremismos. Sí, extremismo, eso de lo que los conservadores siempre acusan a sus contrarios cuando ven amenazados sus privilegios. 

¿Cabe imaginar lo que sucedería si la sociedad catalana, hoy dividida por la mitad, contase con una mayoría claramente independentista?, ¿cómo podría argumentarse entonces no convocar un referéndum de autodeterminación? ¿Con la defensa cerrada de la Constitución? Curioso, en un país, el nuestro, en el que se ha modificado su inamovible articulado cuando determinados intereses lo requerían, de un pasado donde la acción primera de cada nuevo gobierno era derrocar la Constitución vigente.

El independentismo, pues, podría salir más beneficiado en el actual clima. La historia reciente lo confirma, ¿o alguien podría pensar en la legitimidad de sus propuestas de haber continuado solo con un apoyo entre el veinte o el treinta por ciento de la población? 

Y, de seguir en alza el independentismo, ¿cuál sería la solución?, ¿el uso de la fuerza? Es más que posible que la adopción de medidas coercitivas solo agravase la situación. Luego, solo cabe  una solución: el diálogo, siempre encima de la mesa, por el bien de todos. Y en eso deben emplearse nuestros representantes políticos, a pesar de las dificultades, de la escalada en la tensión, de no ser la intención de los líderes catalanes que, probablemente, lleven su propia hoja de ruta. 

Escribo esto mientras los agitadores movilizan a los ciudadanos, enarbolando banderas que no son de representación sino de enfrenta y de crispación por quienes hacen gala del insulto y nos mueven como a peones con diatribas sencillas, con fórmulas tantas veces empleadas.

¿Es esto Política?

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