Opinión

Los héroes ya no llevan capa

Corredores sobre cinta | Imagen: Correr y Fitnes
photo_camera Corredores sobre cinta | Imagen: Correr y Fitnes

A buen seguro no la llevaba el tipo que corría está mañana en el gimnasio, subido en la cinta, a dos metros de mí. 

Al ser pocos corredores a tan temprana hora de la mañana en la sala del gimnasio, era fácil reparar en él, pues son pocas las distracciones que encontramos los corredores más allá de la música que acompaña nuestra carrera y algún que otro pensamiento esperanzador, espoleados por las endorfinas que vamos liberando.

Empezó a correr más o menos al tiempo que yo. A un ritmo fuerte.

Rebasados generosamente los 40, era un hombre que lucía una tripa sobrada de colesterol que casi hacía tope con la barra del aparto. Una obesidad quizás fruto de la curva de la felicidad, o bien de los excesos gastronómicos de una vida de single "malcomido".

Quién sabe si tomo la decisión de perder peso por imperativo médico, o fruto de su amor propio herido por un comentario deslizado por su mujer sobre su elevado volumen corporal. Lo cierto es que se había entregado a ello con un entusiasmo digno de mejor causa.  

Nuestro héroe anónimo, que corría en la cinta al lado mío, emitía cada 5 minutos una especie de grito ahogado, que yo escuchaba por encima de mi música y que me dejaba sobrecogido. Esa onomatopeya traducida por mí a lo que cruzaba por su mente, decía algo así como: "Dios, esto no se acaba nunca". 

Pero él seguía, tenaz, constante, a la misma velocidad. Devoraba kms y calorías con la mirada fija en el horizonte, y su carrera, firme y decidida solo se veía interrumpida, cada tanto, por ese bufido desesperado. Agónico. 

Yo, que llevo corriendo y entrenando 20 años, llevaba un ritmo que se me antojaba competitivo, y estaba sopesando pasados 40 minutos, la posibilidad de parar.  

Entonces caí. Fue cuando me di cuenta.  

El héroe de esa sala era ese hombre, que había apostado todo a perder unos kilos, para sentirse mejor consigo mismo, para mostrar su mejor versión física y mental, agotando sus reservas en esa cinta, con riesgo de sufrir un infarto, por evitar otro que le habría sobrevenido de no haber subido a la cinta. Irónico. Es un héroe, como tantos otros que veo a diario, pensé para mí. 

Héroes sin nombre, despojados de su capa, a los que nadie va a aplaudir y cuya única recompensa es hacer lo correcto, lo consecuente, lo que no se ve en las redes. 

Porque los verdaderos héroes, no son los deportistas que se cuelgan medallas olímpicas, pues están dotados para ello, no los bomberos que rescatan a indefensos niños de un incendio, pues van sobrados de preparación para la tarea. Tampoco lo es Zelenski, más víctima de la crueldad humana, que héroe por accidente. 

No son héroes los peones que se suben al andamio sin Seguridad social ni arnés, jugándose la vida sobre un tablón a 30 metros del suelo. Ellos son también víctimas de un sistema perverso. 

Los héroes sin capa son los que se levantan con el sol para aguantar a un jefe que les infravalora y hacer luego filigranas para poder hacer la compra que la guerra de Putin tanto ha encarecido. 

Heroínas son, pienso, esas madres de familia que por no renunciar a su profesión, trabajan largas jornadas, al tiempo que asumen las tareas domésticas más ingratas.  

El heroísmo sin capa se practica, lejos de los focos, sin aplausos, con la satisfacción de saber que hacen lo correcto, que no se salen del camino. Lo que hacen está al alcance de muy pocos seres humanos. Lo hacen con la dignidad que distingue a los héroes cotidianos. 

Nos cruzamos a diario con muchos de ellos pero no les vemos. 

Al terminar mi sesión de entreno, casi al tiempo que mi vecino de carrera, he sentido el impulso irrefrenable de acercarme a él. Quería abrazarle y darle las gracias, por ser quién es, por devolvernos esa pizca de dignidad y amor propio que todos deberíamos tener y que se va perdiendo en el camino. 

Nunca abrirán un telediario, ni serán ídolos de masas, pero con su esfuerzo conjunto hacen que vivamos en un mundo un poco más soportable.

Cuando estaba estirando, he visto como mi vecino de carrera salía congestionado de la sala. 

No llevaba su capa encima, pero yo la vi. 

Lo prometo.

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