Opinión

El coche del vecino

Carles Puigdemont será quien decida el apoyo a Pedro Sánchez | nacional.cat
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Los que hemos vivido tiempo suficiente en aquél Londres, aún europeo, sabemos que los brits son muy dados a eso que llamamos “idioms. De hecho, tienen uno sacado de las glorias bélicas pasadas para definir cuando alguien ha sido claramente superado por un adversario, o por las circunstancias y le toca pagar por ello. 

El idiom en cuestión es: “To meet your Waterloo ". El equivalente español a ese revés, a esa última batalla que te acaba enterrando de tanto buscarla y que además tiene algo de justicia poética, tiene un tinte menos bélico. Diría que nuestra adaptación cabalga entre lo místico y lo escatológico: "A todo cerdo le llega su San Martín". Más gráfica y menos épica, diría yo. 

Waterloo es una pequeña y coqueta localidad a 20 kms de la capital belga y europea, región valona donde se habla francés, que como decía Gila, es como el catalán hablado deprisa. 

!Cuánto sabía!

Me atrevería a afirmar que, hasta los poco o nada aficionados a la historia, saben que en sus colinas tuvo lugar la cruenta batalla de Napoleón contra las tropas anglo-aliadas al mando del Duque de Wellington, allá por 1815. 

El audaz general galo, recién escapado de su exilio en la Isla de Elba, quiso con la ofensiva recuperar el prestigio perdido y ganarse el aplauso y apoyo de los parisinos. Pero allí  "se encontró con su Waterloo" y la derrota supuso el fin de su esplendor como estratega y militar y el final de las guerras Napoleónicas. Murió 6 años después en la Isla de Santa Elena, con más pena que gloria. 

Tantos eran los cadáveres esparcidos por las colinas de Waterloo, que cuando cesó el fuego, el Duque de Wellington mirando el panorama sentenció:  «Al margen de una batalla perdida, no hay nada más deprimente que una batalla ganada».

Las batallas no sólo se ganan con mosquetones o tanques. Hay en esos trances, difíciles de imaginar para quienes no hemos estado en una, elementos que pueden decantar la victoria hacia uno u otro bando. Son pequeños gestos, símbolos, que debilitan al contrario o espolean a los propios sin derramar una gota de sangre. 

La mañana del combate decisivo, los dos generales al mando arengaron a los suyos mientras repartían ginebra, galletas y carne en el caso de Wellington y coñac en el caso de Napoleón. Se me antoja que los británicos siempre tan pragmáticos, convirtieron ese roast beef y esa ginebra en munición letal para los nostálgicos franceses. Los gabachos, ebrios de Coñac y romanticismo, no acertaron a calar sus bayonetas. 

Los detalles humanos marcan a veces la diferencia en los grandes conflictos. 

Pocos saben que aquella mañana Napoleón estaba tremendamente incómodo por una inoportuna cistitis. No se concibe la épica de un general que arrase a su rival en una batalla épica, mientras sufre de incontinencia urinaria. La historia no lo permitiría. 

Napoleón se topó con "su Waterloo", en Waterloo

La misma localidad por la que dos siglos después, pasea campante e impune, un catalán provinciano, huido de la justicia, con flequillo a casco, quién sabe si para  esconder debajo sus intenciones espurias. De nuevo Waterloo salta a la primera página de los tabloides y tabletas. 

Julio Camba resumía muy bien la encrucijada en la que nos encontramos cuando definía la envidia de los españoles como: “No aspirar a tener el mismo coche que el vecino, sino a que el vecino se quede sin su coche”. En esas estamos. 

Ahora, el campo de batalla es una vez más, Waterloo, desde donde un ex-alcalde de Girona de cortas miras, quiere proclamar la república independiente de su “casa catalana” como si tal cosa. Al parecer, a esa ronda invita Ferraz.  

Ignoramos si para la ocasión el partido “supuestamente vencedor” obsequió a su parroquia con croquetas de la abuela y cocido, o se limitó a aliviar su sofoco canicular con ventiladores y agua embotellada. Hay rumores de que el agua suministrada el día D fue “Vichy” catalán.

Eso fue lo que “volteó” las encuestas que no contaban con el factor humano. 

A muchos de los votantes se les aparecerá Waterloo como ese monstruo que viene a vernos. 

Cada dos siglos, más o menos.

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