Opinión

De aquí a la eternidad….y vuelta

La esperanza de vida en España es de las más altas de Europa / Foto rawpixel
photo_camera La esperanza de vida en España es de las más altas de Europa / Foto rawpixel

"Estaría muy bien vivir, no sé, 150 años". El comentario de mi amigo José me pilló a traición, con la guardia baja. La noche anterior nos pasamos de frenada con los Gin-tonics, y la resaca espesaba nuestro discurrir. 

Busqué en mi mente una respuesta que estuviera a la altura del calado del debate que me planteaba mi amigo, siempre cuestionando todo lo establecido. ¿Para qué? ¿Para vivir hecho un guiñapo, sin calidad de vida, con la mente perdida y dependiendo de todos? - salí al paso en un momento fugaz de lucidez-.

El elixir de la eterna juventud es cada vez más, un debate que tiene en jaque a los científicos más sesudos. 

Memento Mori (recuerda que eres mortal), le decían al oído los soldados romanos al César de turno para rebajar la euforia tras cada victoria suya en una batalla épica. 

Puesto que vivimos de espaldas a la muerte, en lugar de mirarle a la cara, buscar la forma de añadir años a nuestra vida y vida a nuestros años es una aspiración legítima y realista, pensé. 

La esperanza media de vida en España es de 80 años para los hombres y de 85 años para las mujeres y aumentando. Nacen más niños que niñas, si bien esta ventaja inicial se va anulando a medida que cumplimos años. A partir de los 50, la curva se invierte. Es la feminización de la vejez. Pasado el medio siglo, ellas superan en un 32% a los hombres (5.145.437 y 3.911.756 respectivamente), desfase que se acentúa a medida que cumplimos años.  

Dejando a un lado lo evidente del avance científico y comprado el argumento de que se puede revertir el envejecimiento celular y neuronal, a mí eso de vivir siglo y medio me produce un vértigo existencial tremendo. Y un enorme agotamiento mental. 

Intenté bajar a mi amigo a un cuadrilátero más terrenal donde me sentía más cómodo. Así que retomé, contraatacando: ¿Has pensado - arranqué seguro de mi tesis - en que quizás lo que no esté preparado para tan larga vida sea nuestra mente y nuestros hábitos sociales y personales? Touché, pensé. 

Me vino a la cabeza cómo sería mi vida de siglo y medio.

¿Para cuántas relaciones estables nos daba? Da pereza pensar en ir cambiando de pareja cada X años, con lo que nos cuesta hacernos a una y conseguir una mínima estabilidad sentimental.

Como la vida es pendular, quien sabe si en 60 años viviríamos otra guerra en las trincheras, si los gobiernos estarían manejados por bots programados que ejecutarían siempre la opción óptima para el pueblo en base a una serie de algoritmos. 

Adiós a los líderes, al carisma a nuestra libertad de elegir a quien nos gobierna. Adiós a los sentimientos. Al libre albedrío. A nuestra capacidad de emocionarnos, de sufrir, de caer y levantarnos. 

Me pienso con 120 años en una sociedad deshumanizada, donde el factor humano sería la anécdota. 

El amor sería un “esnobada” de unos pocos, pues las relaciones serían perfectas, programadas al milímetro y carentes de los picos y roces que producen las emociones. Estaría planificada hasta la suerte en la lides sexuales, suprimiendo así los debates conyugales. 

La vida, sabedores de que nos quedaban decenas de años para gastar, se llenaría de tedio y monotonía. Se me ocurre que cumplamos lustros en lugar de años -dije a quemarropa-,  para sacar a mi amigo del estado letárgico en el que se había sumido. 

Aldous Huxley no podría haberlo descrito mejor en su "mundo feliz". El concepto de felicidad sería una definición hueca, ocupando su espacio lo que es correcto y lo que no. 

Mi amigo ya no oponía apenas resistencia, abrumado por el horizonte vital tan desolador que le presenté. "Quizás tengas razón",  - concedió -, más como maniobra para despejar su mente que como reconocimiento a mí superioridad dialéctica. 

Acaban de estrenar la última peli de Woody Allen, -dijo volviendo al presente-. Aunque vaya a estar décadas en el cine  -remató -, ¿Sabes qué? Que cada día aprecio más lo efímero de esta existencia nuestra. 

También podemos pedir comida a un mexicano -dijo- abandonado ya a su vida terrenal y con fecha de caducidad. 

Te lo compro, Matusalén, bromeé. 

Sonreí y me levanté mientras oía a lo lejos como pedía unas enchilaladas y unos nachos.  

Memento mori.

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