La fe de Sergio Ramos lleva la décima al Bernabéu

El Real Madrid ganó su décimo título continental tras vencer 4-1 al Atlético de Madrid en el Estadio Da Luz de Lisboa. Un fallo garrafal de Casillas provocó el gol de Godín, y el Atleti fue campeón hasta el descuento milagrosamente. En el minuto 93, Ramos empató de cabeza, y la prórroga tuvo color blanco. Tres goles más que acabaron con 12 años de oscuridad.

25/05/2014 | Sergio Martínez | Fn

Los minutos pasaban en Lisboa y el mundo observaba lo que ocurría en el estadio Da Luz. Se acercaba el final, y el catastrófico error en la salida de Iker Casillas que provocó el gol de Godín dominaba en un marcador horrible para el Real Madrid. De acabar así, el golpe histórico a la moral blanca era irremediable: el vecino, al que casi nunca han considerado como un rival a su altura, les estaba arrebatando una Champions. Hasta que alguien voló sobre el área de Courtois...

Fueron sólo unos segundos los que pasaron desde que Modric contactó con el balón en el córner hasta que el balón, previo paso por la cabeza iluminada de Sergio Ramos, acabó en el fondo de la red. Unos segundos que desencadenaron varias cosas: el hundimiento anímico de un Atleti que se veía campeón, el resurgir de un Madrid ya imparable tras abrir la lata y muchas horas de gloria madridista. Kuipers añadió cinco minutos que indignaron a la afición colchonera, pero al Madrid le sobraron dos.

Hasta ese gol de fe de Ramos, que le mete de lleno en los anales de la historia madridista, todo fue sufrimiento para el equipo de Ancelotti. Pese a que el Atleti sólo generaba peligro a balón parado, eso ya es mucho decir para un equipo que domina como nadie el arte de la estrategia. Apareció el de siempre, uno de los grandes ídolos del cholismo. Godín, antiguo objeto de burlas por parte de todos, ahora es excelente en las dos áreas. Otra vez fue su cabeza la que casi les lleva a otro título, con la colaboración inestimable de Iker Casillas. De haber ganado, habría que hacerle una estatua en el Calderón.

Tras conseguir su botín, el Atleti comenzó a replegar, y el Madrid no respondía bien. Con Modric como único creador, el juego del equipo se resentía, y las ocasiones no terminaban de llegar. Sí llegó la más clara de la primera parte, antes del gol rojiblanco, con Bale entrando en el área y plantándose ante Courtois para mandar el balón fuera. Así tendría dos más a lo largo del partido.

Con la entrada de Isco y Marcelo, el Madrid ganó mucha mordiente. Ahora Di María tenía con quien asociarse en la banda izquierda para hacer sufrir aún más a un Juanfran que hacía horas extras; y el dúo Modric-Isco podía mantener más el balón para cercar el área de Courtois. Ninguna jugada tenía éxito, hasta que Ramos abrió la lata de la décima. Dos minutos y 48 segundos de descuento que cambiaron una final que parecía decidida.

En la prórroga ya no hubo medias tintas, ni igualdad. El Atleti se hundía entre el cansancio y las lesiones, como las de Filipe Luis o Juanfran, y ya no había cambios posibles. La salida de Diego Costa a los nueve minutos de empezar el partido había trastocado un posible cambio final. El Madrid tampoco estaba para esfuerzos muy grandes, pero siempre tiene varias balas en la recámara. La de Di María, siempre mortal, provocó una brecha en la defensa que le dejó plantado ante un Courtois que le sacó el disparo. En el rechace, Gareth Bale se rehízo de sus fallos para poner de cabeza el 2-1 que desataba la fiesta.

Ya no daba la sensación de que el Atleti pudiera hacer nada. Los blancos seguían atacando sin clemencia, buscando asegurar el resultado para no tener sustos finales, y consiguieron dos goles más para poner un 4-1 demasiado cruel para el equipo de Simeone. Primero fue Marcelo, con un tiro que se le coló a Courtois por debajo de la manopla, y luego un penalti sobre Cristiano Ronaldo, el único que pitó Kuipers de los tres que hubo en el área colchonera. Con ese tanto, CR cerró su cuenta en Champions con 17, marca histórica y estratosférica.

Doce años después, el Real Madrid se ha quitado de encima el peso asfixiante de la obsesión por la décima. Tantos años de caer en octavos estrepitosamente, y en semifinales con mala suerte o ampliamente superados, se vieron compensados y más que olvidados. El sueño se hizo realidad. La décima ya está aquí.

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