La relevancia del máster de Cristina Cifuentes

Habrá que esperar a las conclusiones definitivas fruto de las investigaciones para conocer las responsabilidades, incluso penales, de los actores y memos principales del sempiterno máster de la Presidenta de la Comunidad de Madrid.

Tras escuchar toda una sarta de contradicciones y mentiras, seguimos desayunándonos cada día con una nueva noticia que roza el esperpento, y presenciamos, en la huida por deshacerse de la propia pringue, acusarse unos y otros para salvar el trasero. Nada por otra parte extraño al comportamiento de quienes solo admiten sus vilezas cuando tienen una navaja en la garganta.

La Presidenta, doncella y actriz principal de un vodevil propio de Zorrilla, continúa impertérrita en su versión de los hechos desde el primer día, por mucho que uno de los documentos fundamentales mostrado para convencer de su inocencia sea una creación fruto de la necesidad y el apresuramiento, y más falso que una moneda de curso legal con la cara de Viriato.

Pero hay más, sabemos también por ella que no es necesario matricularse en plazo, asistir a clase o acudir a los exámenes para obtener la acreditación de haber finalizado el curso, y que el equipo docente y el alumno suelen contactar para cuadrar la agenda de éste. Pero, no vaya usted a imaginar si quiera que se trata de un favor especial porque es la práctica común, al menos en la Universidad Rey Juan Carlos.

En el intento por restar importancia al tema, Cifuentes también ha dicho que el polémico diploma no tiene peso específico en su currículo, que nada añade a sus anteriores títulos y, en palabras del portavoz del Gobierno y ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo el caso "no tiene nada que ver con la política”.

Y usted, en su ingenuidad y perplejidad, que a lo mejor está limpiando a destajo habitaciones de un hotel de cinco estrellas cobrando ochocientos euros al mes, que le duele la espalda y su marido está en el paro y ya no le limpia los churretes a su hija, no quiere que a ella le salgan sabañones como a usted, y por ello se desgañita convenciéndola para que estudie.

Porque a los no nacidos entre lisonjas, que observan el camino trastabillado de los personajes que aspiran a una conducta ejemplar y ven después sus miserias desde el sofá en sus televisores, no pueden engañárseles con patrañas. Aquellos a quienes cuesta enviar a sus hijos a la universidad más que poner una pica en Flandes, deben contemplar impasibles los títulos regalados, esos títulos que se exhiben en esta sociedad meritocrática poniendo en la misma línea de salida a los desiguales de nacimiento, mereciendo una explicación veraz para usted, al que mediatizan para condenar a un tipo fugado de la justicia de abundante pelo cortado a tazón cuando se pasea por Europa intentando fraccionar su país –cuyos símbolos desde hace tiempo luce con más orgullo– acaso para formar otro estado calcomanía del que se siente integrante.

Usted, que quiere disfrutar de las mieses de esta sociedad avanzada, debería tener entre sus máximas prioridades y exigencias de la Administración la lucha contra la desigualdad, por mucho que Méndez de Vigo, por muy ministro que sea, diga que no tiene que ver con la política.

En su comparecencia en la Asamblea de Madrid Cifuentes ha escupido espumarajos al acusar a sus adversarios de falsear sus currículos, intentando disculpar sus propias inmundicias y albergando la sospecha de la generalización de unas prácticas que deben erradicarse y nunca justificarse. Instrumentos para ello no faltan, solo es necesario ponerlos a disposición del interés de la mayoría. “En todos los sitios cuecen habas”, oímos en la defensa muchas veces numantina hasta de los casos de corrupción más flagrantes, admitiendo o tolerando los hechos; es como si se exculpase a un delincuente –su extensión podría llegar hasta el crimen o el asesinato– en base a que otro en su lugar y condición hubiese hecho lo mismo. Esta actitud de disculpa o aceptación, basada en el seguidismo exagerado y defensa de nuestras afinidades políticas, no hace sino  engordar el problema, cuando deberíamos estar por la firmeza en la lucha y el castigo de las conductas merecedoras de sanción.

Quizás al máster de Cifuentes se le reste importancia, y seguramente se dilate en el tiempo cuando otros casos vengan a ocupar los titulares, pero mientras no haya un cambio sustancial en los modos y maneras emparentados con el enchufismo y el trato de favor por ser vos quien sois, no veo una salida ni una mejora en las familias cuya prioridad es sobrevivir, en las que cualquier esfuerzo por formarse entraña un esfuerzo considerable, prescindiendo muchas veces de lo esencial.

Por una igualdad de oportunidades real en la Universidad Pública, la única a la que tienen acceso los humildes, es importante aclarar las irregularidades sobre la obtención del máster de Cristina Cifuentes, que debe ser un ejemplo de transparencia. ¿Hay un principio más justo?

Antonio Pérez Gallego | Madrid

Comentarios