Juan de Mairena y Juan de Portoplano

Las conversaciones entre estos dos Juanes, intentan simplemente analizar cuestiones de la vida-existencia que todavía el método científico no ha abordado o lo ha hecho muy sucintamente. Cuestiones que en definitiva, a todo ser humano le interesan y le ocupan y le preocupan:

– Al final una buena fama, abre más puertas que mil kilos de oro – expresó el de Mairena-.

- Sí compadre, pero cuántas malas famas el oro las hace buenas, y cuantas buenas famas el oro las hace malas…

Ambos se quedaron pensativos, parapetados detrás de su té y de su café, observando no el mundo exterior, que también, sino más bien el mundo interior.

- Al final con qué ojos miramos, con los de dentro o con los de fuera –exclamó el de Portoplano-.

- Una combinación de ambos, somos cerebro que se ha ido conformando a lo largo de los años, quizás de las décadas heredadas de los progenitores.

- Por eso será, que en una familia de diez hijos, nueve son de la misma ideología del padre y madre, y uno de la contraria.

Sorbieron un traguito de líquido, como si fuese una ceremonia japonesa.

- Todo el mundo habla de justicia, ¿pero qué es la justicia? –planteó Juan de Mairena-.

- Amigo mío, ya lo decía el sabio romano, es dar a cada uno lo suyo, pero el grave problema es saber qué es lo de cada uno, y qué es dar, y qué es justicia…

- En definitiva si estoy trabajando diez horas, cuántos impuestos tengo que pagar de ese tiempo trabajado.

- ¿Cuánto tienes que cobrar por ese trabajo realizado…?

- ¿Y cuánto cada uno debe esperar que los demás le otorguen o le den o le donen en forma de impuestos o de otras maneras…?

- Todas las guerras, desde la noche de los tiempos, y han sido muchas, se hacen pensando que hay una justicia que defender y una injusticia que derribar…

Los dos se quedaron en silencio como intentando rumiar algo de la esencia del problema.

- Has pensado alguna vez amigo mío, por qué tú y yo, necesitamos juntarnos, un rato casi todas las tardes, para vernos, y para hablar de cosas esenciales…

- Sí, muchas veces, -le contestó el de Portoplano-, porque no tenemos otra persona con quien hablar de estos temas, que además, no se enfaden o que además quieran imponerte su punto de vista…

Tomaron otro sorbito de café o de té.

- Dicen los orientales que la sabiduría se alcanza cuando se llega al vacío mental –preguntó el de Portoplano- y, entonces se abre un espacio-tiempo mental diferente, tú crees que eso será verdad…

- No lo sé, al final, este kilo y cuarto de cerebro y neuronas todavía es un misterio. Pero por otro lado, cada vez aprecio que dejamos menos tiempo a la cabeza que nos hable. No escuchamos nuestros propios pensamientos y emociones y deseos y pasiones y sentimientos y actos.  Cierto es para después analizarlos y criticarlos de forma correcta…

- Creo que nos estamos convirtiendo en máquinas, cada vez, hay más personas, jóvenes y mayores, que van atadas a sus teléfonos, a receptores de música, hablando a distancia, recibiendo mil mensajes. No dejan en paz y en tranquilidad mínima su propio cerebro-mente.

- La gran pregunta es si nos estamos haciendo esclavos, o quizás, estamos cada vez perdiendo más libertad aunque tengamos más comunicación y más información…

- La tecnología siempre nos ha llevado, no la dirigimos nosotros, nosotros la inventamos o descubrimos, pero después, ella, como un satélite nos lleva a dónde quiere…

Se miraron en silencio y callaron. Porque las preguntas y las afirmaciones eran tan graves, tan radicales en su simplicidad, que posiblemente no estarían dispuestos, ni ellos mismos, a entresacar conclusiones, por temor a las mismas soluciones.

- De todas formas, el gran y grave problema es que todo ser humano necesita ser querido, que alguien le quiera, que alguien le quiera lo suficiente.

- En esto, compadre y amigo, estamos de acuerdo, todos los seres humanos necesitan amor y amar, amar a otras personas y que los amen…

- Quizás muchas revoluciones, se hagan por necesidad de amar y necesidad de que te amen, o por necesidad de haber sido amado y no haberlo sido, o…

Ambos se levantaron, terminaron el último líquido de la taza, se pusieron el sombrero y el paraguas y se marcharon hasta la siguiente rotación de la tierra.

Jesus-Millan-cabecera

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